Felicidad perfecta by Anjel Lertxundi

Felicidad perfecta by Anjel Lertxundi

autor:Anjel Lertxundi
La lengua: spa
Format: epub
Tags: EPUB, OPF, OCF, OPS
editor: Alberdania
publicado: 2019-02-08T00:00:00+00:00


12

Me pongo la sudadera con capucha, y me cargo a la espalda la mochila de la escuela. Mi madre me acompaña hasta el espejo del vestíbulo. Me arregla el pelo y las ropas. Preferiría que te quedaras en casa, me dice, pero no se atreve a llevarme la contraria:

–Si lo tienes tan claro…

–Pues sí, mamá, lo tengo muy claro. Es mejor que vaya al instituto.

–Anda, ve, si eso es lo que quieres; pero mucha gente que ha visto la foto se te acercará a decirte esto y lo otro; tú, ni caso; tanto la foto como la coincidencia de que tú pasabas por allí no son más que pura casualidad, ¿lo oyes?, pura casualidad. Tú no viste nada, no te enteraste de nada.

Habla muy lentamente, calculando bien cada palabra y el tono y los gestos: no pretende hacerme daño, pero no se da cuenta de que lo más insoportable para mí es precisamente esa feble forma de hablar.

Pero, convencida de la inutilidad de replicar nada, esbozo una sonrisa y le ofrezco la mejilla para la despedida. Me da un beso.

Mientras bajo las escaleras, siento los suspiros de mi madre, que permanece en la puerta de casa. Salgo a la calle. No llueve, pero hay infinidad de charcos. El cielo aún muestra unas pesadas nubes. El agua resuena en los desagües que bajan desde los tejados a las alcantarillas. El aire es más denso que ayer: el rancio aroma a fruta madura que desprende el mar; el olor putrefacto de la hojarasca; las nubes que no acaban de abrirse. Humedad por todas partes. Amenaza de lluvia.

La calle está vacía, sin autos ni gente. De puro tranquilo, el barrio parece abandonado. Giro la cabeza hacia casa. Entreveo a mi madre que me observa tras los visillos. Aprieto el paso. Al llegar a la esquina, veo al panadero, que está descargando de la furgoneta tres cestos repletos de pan. Siempre de buen humor, levanta la mano y me sonríe. Es bastante simpático conmigo, pero nunca antes me había saludado con la mano. “¡Ha visto la foto!”. Entra en la tienda tirando de uno de los cestos de pan. Quizá ni haya visto la foto del periódico. Tanto da: su actitud me ha resultado agradable, ha hecho que me sienta importante.

Pasaba, sumida en esos pensamientos, por la alameda contigua al convento de las monjas, cuando vi que Perti, el profesor de Química, se acercaba hacia mí a través de un solar ajardinado, vestido como de costumbre: grueso jersey gris con cremallera desde el cuello hasta la cintura, pantalones de mahón y desastradas zapatillas marrones. Como siempre, andaba encorvado, como si hubiera sido condenado a acarrear una carga más pesada que su propio cuerpo. Por su aspecto, nadie podría adivinar que se trataba de un profesor.

No es, de ninguna manera, una persona a la que ahora me apetezca saludar, pero viene hacia mí, y me coge del brazo:

–Lo de ayer no te bastó, ¿no? ¿Es que no los has visto? Vamos, ven conmigo –me dice con voz destemplada, al tiempo que me señala la linde de la alameda.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.